10 marzo 2011

Chupalandrinas

Cuántas veces de niño has ido a la compra con tus padres y los ojos te han hecho chiribitas al ver eso que regalaban con los cereales. 

O esa nueva chocolatina de colores fosforitos con pegatinas tan molonas o los imanes de los yogures con todos sus brillos. La mierdacao del colacao, la quieres, la quieres y la quieres.
 Tu madre se negaba a comprarlo pero te daba una opción, con voz imponente y profunda te decía que te lo compraba pero antes te miraba fijamente a los ojos mientras preguntaba ¿te lo vas a comer?. Esa pregunta retumba en lo más profundo de tu hígado. ¿Comerse esa pedazo de caja de cereales para conseguir esa mierda de avión de plástico? 
Ahí estabas tu, a punto de hipotecar todas tus cenas a base de yogures naturales para conseguir una pegatina que brilla en la oscuridad, pero mirando a tu madre descubriste que no, que valía la pena esperar. No iba a ser necesario estar todo un mes comiendo estrellitas de miel para tener el frisbi más molón. 
Pronto llegaría la solución y te harías con todas esas pequeñas pero valisísimas chupalandrinas.
Pronto llegaría el momento de hacerse un poco más mayor y abrir la caja de cartón para hurtarlo de mala manera. ¡Bandido!¡Cabrón!
Hay cosas que no se curan con la edad. 
Si ves unos bollitos con forma de Bob Esponja en la estatería del súper, cuidado, porque además de tener una pinta la mar de apetecibles, regalan una pompita saltarina. Y sí, están muy buenos. Y sí, ¡me ha tocado la pompita de Calamarrrrrdo!
Puff es lo más.

No hay comentarios: